Al comenzar el ensayo, sintió vergüenza, vergüenza de lo que pudieran pensar todas esas chicas que estaban a su alrededor, todas ellas la miraban con curiosidad, sin saber quién era ni cómo se movería. Entonces empezó a sonar la música, su cuerpo temblaba, deslizándose con miedo entre las motas de polvo que flotaban en aquel viejo gimnasio. Uno, dos, tres, cuatro... cinco, seis, siete, ocho... uno, dos, tres, cuatro... cinco, seis, siete, ocho. Su mente se perdió en el ritmo y su cuerpo se convirtió una máquina de ejecución. Sólo veía su reflejo en el espejo, sus movimientos siguiendo el ritmo y sombras que se movían a un mismo compás ennublecidas. En algún momento, miró a su alrededor, y se percató de que cada una de las que allí estaban sólo se veía a sí misma. Ella, que se había creído el centro de todas las miradas por un momento, no era más que una gota dentro de la nube.
Todos nos creemos el centro del universo, seguramente porque somos nuestro propio centro, y ensimismados en nuestra realidad, pensamos que todas las demás también giran en torno a nosotros... pero cada realidad gira con respecto a ella misma.